¿Periódicos tienen?
EL SOLILOQUIO DE BERGANZA
Rafael Reig
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Desde que empezó el confinamiento me paso el día en la calle, me he convertido en la «causa justificada» de mis tres bípedos, que ahora se pelean por engancharme la correa al collar y salir a dar un paseo. Solo llevan una semana y ya no se aguantan unos a otros ni ellos mismos. Criaturas. No han aprendido a estar sin hacer nada, ni siquiera saben aburrirse, que es una de las actividades más creativas y reconfortantes que se nos ofrece en esta vida tan sin ventura ni consuelo.
Necesitan estímulo constante, sobre todo los bípedos adolescentes, como Cristina, que toca la guitarra, pinta cuadros, ve series, hace tartas y permanece en contacto permanente a través del móvil con sus semejantes. Lo que sea, menos ordenar su habitación. Mis bípedos adultos tampoco paran quietos. Violeta va a trabajar, y cuando vuelve, limpia, encera, hace el baño, friega los cacharros y, si le queda un minuto libre, se pone a pintar el techo de la cocina. Rafael madruga y, después de leer y jugar al ajedrez por internet durante tres horas en pijama, se acuerda de algo urgente y se va a la librería, justo a tiempo para no fregar las platos. Ni su taza de café siquiera. Todas sus emergencias coinciden con tareas domésticas.
A pesar de mi buen ejemplo —aquí estoy, tan tranquilo durante horas sin cambiar de postura—, ellos no tienen remedio, les asusta estar a solas consigo mismos. Y no dudo que tengan sus razones para evitar conocerse. En cuanto pasan diez minutos sentados, alguno de mis tres bípedos se levanta y dice: Voy a pasear a Berganza un rato, que necesita que le dé el aire.
Y recorro las calles vacías de Cercedilla, donde solo circulamos nosotros, cada uno paseando con estoicismo a su impaciente bípedo al otro extremo de la correa.
¿Acaso soy yo el que necesita salir? A mí al nacer ya me pusieron el collar al cuello, pero me siento más libre que estos tres desamparados que me llevan atado por turnos. Sin embargo, no se puede evitar: al final acabas cogiéndole cariño a quien se considera tu amo.
Hoy, otra vez en sábado, se han sometido a la retórica presidencial, pero algo ha cambiado: ahora mis bípedos están asustados de verdad. Yo también, pero no temo a mi miedo; me tumbo en el almohadón, a los pies del sofá, para conocer mi miedo, para que me cuente lo que no sé de mí. ¿Qué sabrán del miedo los que no llevan ni collar ni correa? Mis bípedos se ponen en movimiento, en cualquier dirección, da lo mismo, la que sea, para intentar lo que no se puede: alejarse de lo que está en tu interior.
—Me llevo a Berganza, que necesita un paseo —dice el bípedo adolescente, Cristina, y salimos, ¡otra vez!
Ya no queda nieve de la semana pasada, ahora la lluvia hace daño en el hocico como agujas y el cielo está cubierto de nubes temblorosas.