El Papel de Cercedilla
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POESÍA

siete picos
(A la memoria de Eduardo Acaso)

Miguel Moreno Huart

Picture
Cabecera del Valle de Cercedilla, tal como tituló el autor de la ilustración su libro sobre geología publicado por la Fundación Cultural de Cercedilla en 2016 (óleo de Eduardo Acaso, pintor, escritor y geólogo, miembro de la FCC, que residió en Cercedilla)

 
De sol a sol, la muralla de gneis,
con su faz agrietada, dolorida,
está delante nuestro, celebrando,
con aplauso telúrico,
el entusiasmo de la creación.
Con majestad de elenco en el proscenio
nos saluda y abraza, protege a Cercedilla,
y hacia el valle se tiende señorial
con la calma del magma que descansa
tras la ovación ardiente de la roca,
brazos alzados, manos que llamean,
cuando aquella orogenia apasionada
se clavó contra el cielo.
 
Al pasear su adarve se recorre la linde
que sobrevuela el águila entre las dos Castillas;
los túmulos ciclópeos que lo almenan
protegen un delirio de ingente clamoreo
que emula y manifiesta lo que duerme en el gneis,
lo temido que esconde su belleza convulsa,
las piedras conmovidas por doquier.
Lo que está ante los ojos es la inercia
de cuanta libertad dispuso el astro
para ganar su sitio y expresarse
sin que apenas eones de erosión
suavizasen las máscaras,
los raptos de emociones ancestrales
compartidas con todo lo viviente,
lo mudo en desazón, fervor, ansia o deseo,
representando el drama de aceptar su límite.
 
Toda cima es un teatro vacío,
un ambiente solar de barroca aridez,
la llegada a lo alto
del común mineral que el planeta trasmina
gesticulando aún.
Con afán andariego investigamos
por entre los meandros del atrezo
lo que una vez quedose interrumpido,
congelado en su trance,
como si lo que fuera aspiración,
locura de la estrella por darnos existencia
hubiera decaído,
y por eso las formas de las piedras
tienen algo patético, rebelde,
una furia tenaz
con escorzos de agónica tensión,
a la espera de que el telón se alce
y el clímax de la escena se reanude.
 
La abstracción de lo inerte
anticipa la historia de lo vivo.
Los impulsos más nuestros, fervor, ansia o deseo
están en la latencia de la roca,
son tránsitos del eco del placer primigenio,
su silente energía nos es consustancial,
la angustia por no ser el vaciado
de un molde sin sentido, sino la creación

que aún se muestra, vertida y espontánea,
la colada del gneis en la conciencia,
el magma originario que en la piedra perdura,
lo que no se termina ni deja de expresarse,
lo vivido y lo nuestro por vivir
igual que en Siete Picos continúa
la callada ovación de aquel primer aplauso.


 
A la memoria de Eduardo Acaso, que inspiró este poema.




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