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Las fiestas patronales de Cercedilla en honor a San Sebastián tienen, cómo no, profundas raíces religiosas. Pero más allá del componente sacro, históricamente, durante el Renacimiento y el Barroco (siglos XVI-XVII), en la celebración de este día concurrían también importantes elementos de diversión y convivencia entre vecinos y forasteros.
La organización de los festejos recaía cada año en uno o dos vecinos del pueblo, que eran nombrados mayordomos de la fiesta. Ellos eran los responsables de velar por el buen desarrollo de los eventos que componían el programa. Y es curioso que entre sus funciones se contara la de anticipar de su bolsillo el dinero necesario para los preparativos, que después les devolvía el Concejo. Este destinaba todos los años una partida considerable de su presupuesto a la organización de esta y otras fiestas, todas vinculadas a celebraciones religiosas.
Las principales fiestas en Cercedilla eran esta, la del día de San Sebastián (20 de enero), y la de Nuestra Señora del Rosario (7 de octubre), patronos ambos de la localidad por aquel entonces. Pero no eran las únicas. A lo largo del año se celebraban por supuesto la Navidad, la Semana Santa y el Corpus Cristi, como en todas partes, y además también los días de Santa Catalina, San Marcos, San Roque y la Natividad, que gozaron todos de especial devoción entre los parraos de antaño.
La de San Sebastián destacaba por lo rico y variado del programa de festejos, tanto religiosos como civiles. El Ayuntamiento costeaba una gran comida colectiva, representaciones teatrales, música, bailes y pasacalles en los que participaban vecinos y forasteros.
El menú de la comilona de San Sebastián variaba de año a año, desde la caldereta a la judiada o las migas con huevos y garbanzos. El plato principal del banquete, según consta en la documentación conservada, por regla general era cabrito, aunque en alguna ocasión también se comió carne de vaca, carnero, pescado en salazón (bacalao) o gallina.
Por ejemplo, el menú del banquete que el Ayuntamiento ofreció a los vecinos el día de San Sebastián en 1609 consistió en una caldereta de cabrito: dos cabritos, cinco libras (2,3 kg) de tocino y jamón, una arroba (11,5 kg) de nabos, un cuartillo (medio litro) de miel para mostaza y especias. Una receta que sigue siendo hoy muy popular en las comunidades rurales de Extremadura. De postre, manzanas.
Además, ese día el Ayuntamiento repartía «de caridad», entre los vecinos más necesitados del pueblo, una considerable cantidad de pan, queso y vino: 150 o 200 panes, alrededor de 20 kilos de queso «ovejuno añejo», que se traía de Segovia, y unos 150 litros de vino.
Después de la misa en honor del santo, el acto culminante de los festejos consistía en una caballada por las calles del pueblo. Los vecinos participantes se vestían con elegantes trajes y libreas que el Ayuntamiento alquilaba para la ocasión, trayéndose en arcas transportadas por carros de bueyes desde Madrid o Segovia. Además, las mujeres del pueblo realizaban otros adornos para engalanar el cortejo.
La fiesta terminaba con una representación teatral en un tablado que cada año construían los hacheros y aserradores de la localidad. La compañía teatral llegaba desde Madrid unos días antes y el Ayuntamiento corría con los gastos de transporte, comidas y dietas de los actores durante los ensayos. En las partidas del gasto municipal llega a incluirse la «polvera», es decir, el maquillaje de los intérpretes.
Desconocemos los títulos de las obras que se representaron a lo largo de los años; probablemente se tratara de autos sacramentales amenizados con entremeses y alguna comedia. Un vecino del pueblo era contratado por el Ayuntamiento para «sacar los papeles de las obras», es decir, para manuscribir una copia. En 1609 ese trabajo recayó en un vecino llamado Justo Morales, a quien se pagaron seis reales «por el trabajo de sacar los papeles de las obras que se representaron el día de San Sebastián». Y en 1616 Ana Castaño cobró «por un auto que dio para representar el día de San Sebastián».
La organización de los festejos recaía cada año en uno o dos vecinos del pueblo, que eran nombrados mayordomos de la fiesta. Ellos eran los responsables de velar por el buen desarrollo de los eventos que componían el programa. Y es curioso que entre sus funciones se contara la de anticipar de su bolsillo el dinero necesario para los preparativos, que después les devolvía el Concejo. Este destinaba todos los años una partida considerable de su presupuesto a la organización de esta y otras fiestas, todas vinculadas a celebraciones religiosas.
Las principales fiestas en Cercedilla eran esta, la del día de San Sebastián (20 de enero), y la de Nuestra Señora del Rosario (7 de octubre), patronos ambos de la localidad por aquel entonces. Pero no eran las únicas. A lo largo del año se celebraban por supuesto la Navidad, la Semana Santa y el Corpus Cristi, como en todas partes, y además también los días de Santa Catalina, San Marcos, San Roque y la Natividad, que gozaron todos de especial devoción entre los parraos de antaño.
La de San Sebastián destacaba por lo rico y variado del programa de festejos, tanto religiosos como civiles. El Ayuntamiento costeaba una gran comida colectiva, representaciones teatrales, música, bailes y pasacalles en los que participaban vecinos y forasteros.
El menú de la comilona de San Sebastián variaba de año a año, desde la caldereta a la judiada o las migas con huevos y garbanzos. El plato principal del banquete, según consta en la documentación conservada, por regla general era cabrito, aunque en alguna ocasión también se comió carne de vaca, carnero, pescado en salazón (bacalao) o gallina.
Por ejemplo, el menú del banquete que el Ayuntamiento ofreció a los vecinos el día de San Sebastián en 1609 consistió en una caldereta de cabrito: dos cabritos, cinco libras (2,3 kg) de tocino y jamón, una arroba (11,5 kg) de nabos, un cuartillo (medio litro) de miel para mostaza y especias. Una receta que sigue siendo hoy muy popular en las comunidades rurales de Extremadura. De postre, manzanas.
Además, ese día el Ayuntamiento repartía «de caridad», entre los vecinos más necesitados del pueblo, una considerable cantidad de pan, queso y vino: 150 o 200 panes, alrededor de 20 kilos de queso «ovejuno añejo», que se traía de Segovia, y unos 150 litros de vino.
Después de la misa en honor del santo, el acto culminante de los festejos consistía en una caballada por las calles del pueblo. Los vecinos participantes se vestían con elegantes trajes y libreas que el Ayuntamiento alquilaba para la ocasión, trayéndose en arcas transportadas por carros de bueyes desde Madrid o Segovia. Además, las mujeres del pueblo realizaban otros adornos para engalanar el cortejo.
La fiesta terminaba con una representación teatral en un tablado que cada año construían los hacheros y aserradores de la localidad. La compañía teatral llegaba desde Madrid unos días antes y el Ayuntamiento corría con los gastos de transporte, comidas y dietas de los actores durante los ensayos. En las partidas del gasto municipal llega a incluirse la «polvera», es decir, el maquillaje de los intérpretes.
Desconocemos los títulos de las obras que se representaron a lo largo de los años; probablemente se tratara de autos sacramentales amenizados con entremeses y alguna comedia. Un vecino del pueblo era contratado por el Ayuntamiento para «sacar los papeles de las obras», es decir, para manuscribir una copia. En 1609 ese trabajo recayó en un vecino llamado Justo Morales, a quien se pagaron seis reales «por el trabajo de sacar los papeles de las obras que se representaron el día de San Sebastián». Y en 1616 Ana Castaño cobró «por un auto que dio para representar el día de San Sebastián».
El mismísimo Felipe III y el duque de Lerma estuvieron presentes en alguna de estas representaciones que tenían lugar en nuestro pequeño pueblo, como confirma el experto en fiestas y teatro barroco Bernardo García.
Para amenizar los festejos, se contrataba a algún músico o «tamboritero» —así, con «t», como aún hoy se emplea en zonas rurales de la montaña de León—, que tocaban sus dulzainas y sus tambores. De alguno de ellos nos ha llegado hasta el nombre. Matías Prieto, por ejemplo, fue el encargado de tocar durante las fiestas en 1612, 1613, 1618, 1619 y 1620. Las de 1615 las amenizó un «estudiante músico».
En varias ocasiones tuvo que venir el gobernador del Real de Manzanares a auditar por qué había tanta fiesta y tanto gasto en los jolgorios de Cercedilla… Pero las fiestas siempre siguieron autorizándose porque, al fin y al cabo, se trataba de «ensalzar lo divino»… En 1608, durante una de esas auditorías para supervisar el exceso de gasto en que al parecer se había incurrido ese año durante las fiestas de San Sebastián, el Ayuntamiento argumentaba en su favor:
Decimos que aquel día cada año se da caridad a todos los naturales y forasteros de pan, vino y queso, porque es voto de esta villa. Y se hace fiesta de representación por ser advocación de esta Iglesia y es costumbre gastarlo, y aunque esté puesto en el dicho libro, se gastó todo con cuentas ciertas, y en esto no hay fraude ni usurpación, porque de ninguna manera dejará esta villa de hacer dicha caridad y fiesta como está decidido por el Concejo y estas partidas.
¡Feliz día de San Sebastián, vecinos!
Texto: Iñaki López Martín
Imagen: Archivo Histórico Nacional, Sección Nobleza (Toledo), Osuna 2876.
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